Imagen: © Startups Españolas

⚡ Entre promesas de baja latencia y la cruda realidad de sobrecostes inesperados

En la frontera digital: por qué el edge computing me preocupa y me fascina a partes iguales

No sé si a estas alturas alguien se atreve a llamar «revolución» a cualquier tecnología sin ponerle un asterisco del tamaño de una antena 5G. Pero con el edge computing, confieso que la tentación es real. Desde mi perspectiva, vivimos en una paradoja: todos hablamos de la nube, pero resulta que la clave para la próxima ola de innovación en las startups españolas podría estar, precisamente, en traer el procesamiento de datos de vuelta a la «tierra», o al menos, a la periferia.

Durante los últimos meses, he mantenido conversaciones con más de una docena de fundadores españoles que consideran seriamente incorporar edge computing a sus estrategias de 2025. La mayoría comparte un dilema similar: ¿es el momento adecuado para apostar por esta tecnología o caerán en la trampa del «shiny object syndrome» que ha devorado tantos presupuestos de I+D?

El contexto que todos ignoramos convenientemente

Lo que encuentro particularmente relevante es que la promesa del edge computing ya no es solo un discurso para entendidos en IoT o gamers obsesionados con la latencia. El informe de Gartner no se anda con rodeos: el mercado global de edge computing apunta a los 43.000 millones de euros para 2025. En España, el ejemplo de Barbara IoT se ha convertido en el «caso de éxito» que toda aceleradora quiere replicar: conectividad segura en el borde y alianzas industriales con Repsol.

Pero seamos sinceros: por cada Barbara IoT hay decenas de startups que no aparecen en titulares porque sus apuestas tecnológicas terminaron consumiendo recursos sin generar el retorno esperado. Esta es la parte del relato que convenientemente olvidamos cuando hablamos de «revoluciones tecnológicas».

El análisis que nadie quiere hacer: riesgos reales, no teóricos

Aquí es donde suelo fruncir el ceño. Porque, como comento habitualmente en los desayunos con emprendedores (generalmente acompañados de café frío en coworkings de Madrid), el edge computing es tan revolucionario como arriesgado para una startup que no tiene ni la infraestructura ni el músculo financiero de una multinacional.

Implementar soluciones al borde requiere servidores distribuidos, seguridad reforzada y, en definitiva, una inversión que no siempre cuadra con la realidad de las rondas pre-semilla que dominan nuestro ecosistema. Según IDC, el 70% de las pequeñas empresas que saltan al edge sin una estrategia clara acaban con sobrecostes inesperados. Y aquí nadie regala nada: los estándares están tan fragmentados como el mercado de patinetes eléctricos, y la escalabilidad puede convertirse en un laberinto técnico.

La semana pasada visité una startup de salud digital que invirtió casi 200.000 euros en infraestructura edge para reducir la latencia en monitorización de pacientes. Seis meses después, descubrieron que podían haber logrado resultados similares con soluciones híbridas a un tercio del coste. Esta es la realidad que no aparece en los white papers ni en las presentaciones comerciales.

Los puntos de inflexión que definirán ganadores y perdedores

Desde mi experiencia (que para algo llevo años navegando entre pitches y tablas de Excel con más humo que una barbacoa veraniega), he identificado tres patrones en las startups españolas que han adoptado edge computing con éxito:

Primero, todas comenzaron con un caso de uso específico donde la ventaja del edge era incuestionable: aplicaciones de tiempo real donde cada milisegundo importa, como monitorización industrial o servicios críticos de salud.

Segundo, ninguna intentó construir su propia infraestructura completa. En lugar de eso, establecieron alianzas estratégicas con proveedores tecnológicos consolidados, compartiendo el riesgo y los costes de implementación.

Tercero, todas mantuvieron un enfoque híbrido, utilizando edge computing únicamente donde aportaba valor diferencial demostrable, no como solución universal.

Lo que me resulta fascinante es que las startups españolas tienen una ventaja potencial en nichos específicos. Nuestra posición geográfica y las recientes inversiones en infraestructura digital nos sitúan en un punto privilegiado para convertir el sur de Europa en un hub de edge computing, especialmente para aplicaciones que requieren baja latencia entre Europa y África.

Mi perspectiva: el edge computing como herramienta, no como destino

Si tuviera que apostar mi próximo artículo —y aquí no suelo fallar— diría que el edge computing será una revolución para las startups españolas, pero solo para aquellas que entiendan que es una herramienta, no un objetivo en sí mismo.

Lo que me preocupa es la narrativa simplista que se está construyendo: «o te subes al tren del edge o te quedas atrás». Esta dicotomía falsa ignora la complejidad real de implementar tecnologías emergentes en empresas con recursos limitados.

Mi consejo para los fundadores en 2025 es pragmático: analiza si tu producto realmente necesita procesamiento en el borde o si estás siguiendo una tendencia; busca alianzas estratégicas que diluyan el riesgo inicial; establece métricas claras para evaluar el retorno de la inversión antes de escalar; y sobre todo, no tengas miedo de pivotar si los números no salen.

El edge computing tiene el potencial de transformar radicalmente cómo concebimos la arquitectura digital, especialmente en sectores donde la inmediatez es crítica. Pero como con toda tecnología emergente, el verdadero riesgo no está en llegar tarde, sino en llegar mal preparado y por las razones equivocadas.

La revolución del edge está aquí, sí, pero recuerda que no toda revolución merece tus recursos limitados. Al menos no todavía, no para todos, y definitivamente no sin una estrategia clara que vaya más allá del entusiasmo tecnológico.